- ¿Qué ganaste diciéndome lo que te pasaba? -el tono de él transmitía ira.
- No sé -susurró la mujer-, fue lo que sentí.
Augusto bajó la cabeza y, moviéndola levemente en un inequívoco gesto de negación, empezó a caminar maditabundo por la habitación. En su mente, miles de momentos vividos junto a ella se condensaban intentando inclinar la balanza hacia un juicio positivo de la situación. Pero no alcanzaba.
- Hay cosas que si no se dicen a tiempo es mejor callarlas. -Se acercó al frigobar en busca de alguna bebida que le borre el amargo sabor que poblaba su boca.
Camila lentamente comenzó a buscar su ropa, él no la miraba. Con los ojos clavados a una caja de jugos de frutas repasaba cada uno de los últimos días vividos, tan absorto estaba en sus pensamientos que si la caja hubiese cobrado vida en su mano, no lo habría notado. Ella no pensaba, solo sentía. Y ese era uno de los momentos más incómodos de su vida. No tanto por la reacción de Augusto, sino por no comprender si lo que hacía era realmente lo que deseaba o si estaba dejando que sus miedos se apoderen de sus acciones.
Él comenzó a beber el jugo, no le ofreció un vaso a ella, al parecer la caballerosidad había quedado a un lado.
- No te entiendo...
- Somos dos -contestó ella-.
Por fin volvieron a cruzar miradas, Augusto veía como la, otrora, mujer de sus sueños se cubría prenda a prenda. Se preguntó si alguna vez volvería a ver su cuerpo desnudo, si podría vivir con ese recuerdo o si el tiempo lo borraría de su cerebro. Trató de percibir cada detalle, cada curva, cada lunar, no quería que nada pueda pasar al olvido.
- Tengo que tomarlo como el fin de todo. ¿no? -La mirada de Augusto la hizo sentir una mala persona. Ella permaneció en silencio.
Camila se sentó en el borde de la cama, la angustia volvió a invadirla y las lágrimas volvieron a poblar sus mejillas. Con la cabeza gacha y la mano derecha cubriendo parte de su rostro, susurró:
- ¿Por qué elegís tan mal? -levantó la mirada para encontrar los ojos confundidos de él- Primero Julia, después Celeste y ahora yo.
- ¿Y por qué decís que elijo mal? - El se sentó junto a la mujer y la abrazó hasta acunarla en su pecho. - Yo no siento que haya elegido mal.
- Augusto... Las tres estamos re-locas...
- Sí... -la afirmación fue acompañada de una breve risa- La próxima pareja la voy a ir a buscar a un loquero, por lo menos ahí me pueden dar la historia clínica completa. Así evito sorpresas.
Entre lágrimas, Camila dejó escapar una risa. Esa faceta era nueva para ella. Años de compartir momentos en la facultad, noches de estudio, mates y charlas relajadas, y sin embargo, la intimidad abría un mundo nuevo. Todo era una sorpresa, las respuestas, los besos, las caricias, los comentarios, todo era nuevo. Una de las personas que más conocía en su vida, de pronto se había transformado en todo un continente por descubrir. Nuevamente se sintió invadida por la incomodidad. Se incorporó liberándose del abrazo y salió en búsqueda de la remera que descansaba sobre el piso.
- Es mejor así -dijo mientras ocultaba sus pechos. Él la miraba confundido.
Augusto buscó sus ropas, y se apresuró a vestirse. Sentía que ya había una decisión tomada, a pesar de las señales contradictorias, a pesar de lo que podía percibir al tenerla en sus brazos, su mente se había cerrado y sólo concebía una salida, casi a modo de sentencia.
Fue un viaje largo e incómodo, cada uno ensimismado en sus pensamientos; tras detener el auto en la entrada del departamento de Camila, Augusto giró la cabeza y comenzó a observarla. Ella, con la cabeza baja, observaba el jugueteo nervioso de sus dedos en los cordeles que colgaban del bolso. Después de unos eternos minutos de silencio, la mujer se incorporó y, en un rápido movimiento, le dio un beso en la mejilla y se bajó del auto para entrar, casi a la carrera, a su edificio.
Todavía con las manos al volante y la cabeza inmóvil en la misma posición en la que recibió el beso, la vio alejarse hasta desaparecer en los ascensores.
Miró el asiento vacío. Pensó en las apasionadas noches que habían disfrutado allí. Se sintió perdido. Tras un largo suspiro y con los ojos llenos de lágrimas arrancó el auto y emprendió la marcha. Al tiempo que la primera lágrima brotaba de sus ojos tuvo que aminorar la marcha por un camión de basura. Una gráfica decoraba el vehículo educando a la población sobre el reciclaje. Logró sobrepasar la lenta mole metálica. En su mente retumbaba una pregunta: ¿Dónde se tiran los sueños?